19.1.07

Quienquiera que seas

La insistencia pasa por el hecho que no logra referirnos nada novedoso; lo atraviesa como quien ingresa por enésima vez en el almacén de los peces y las futilidades de gran relevancia, procurando vislumbrar alguna variedad en los precios, en los envases, en las promociones que suelen estampar los proveedores en las vidrieras o escaparates de cartón piedra que nos atraen.

Todo entra por los ojos: tu cuerpo, mi imagen sobre tu cuerpo, el mío frente a un espejo, tu imagen sobre mi cuerpo, y también las acepciones triple x de las actuales figuraciones. Incluso entra por los ojos la piedrita que nos hace caer una lágrima mientras vemos I am Sam con nuestros padres o amigos. Todo esto ocurre en aquel nivel descrito o presentado mediante la conformación grave de cuatro fonemas (también granemas): amor.

El amor es adquirible. Puede vérselo “canturreando siempre la misma canción”¹ en bares ajenos a nuestra memoria, ignotos aún a nuestra decisión; extrañísimas moradas que hoy usurpan la alegría para recordármela por las noches –léase: en los momentos del día en los que concilio el sueño-, y yo concibo a la alegría como una gran publicidad, un gran afiche de cartel:

Vente conmigo; sé que no sabés quién soy.
“I know you don´t know me, but you want me so bad.”²


El amor es adquirible; pero no mediante el dinero. Imagino, tan sólo de a momentos, que es inaccesible, además, a las desencriptaciones de lo críptico. Por lo demás, con frecuencia, de tan descriptible, me vuelvo simple:

En cierta calle, hay cierta firme puerta
con su timbre y su número preciso,
y un sabor a perdido paraíso
que en los atardeceres no está abierta
a mi paso.³


No sé qué más pretendes que exprese; no sé esconderte en falsas ocupaciones. Puede ser que uno de estos días llegues a ser, después de todo lo cantado, Nadie.


¹ Joan Manuel Serrat en “Los recuerdos”.
² Nada novedosa respuesta de la musa
del cantante de Maroon 5.
³ Jorge Luis Borges en “H.O.”.

8.1.07

Faltando cinco minutos para las cinco (am)

De fierro,
de encorvados tirantes de enorme fierro tiene que ser la noche,
para que no la revienten y la desfonden
las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto,
las duras cosas que insoportablemente la pueblan.

Mi cuerpo ha fatigado los niveles, las temperaturas, las luces:
en vagones de largo ferrocarril,
en un banquete de hombres que se aborrecen,
en el filo mellado de los suburbios,
en una quinta calurosa de estatuas húmedas,
en la noche repleta donde abundan el caballo y el hombre.

El universo de esta noche tiene la vastedad
del olvido y la precisión de la fiebre.

En vano quiero distraerme del cuerpo
y del desvelo de un espejo incesante
que lo prodiga y que lo acecha
y de la casa que repite sus patios
y del mundo que sigue hasta un despedazado arrabal
de callejones donde el viento se cansa y de barro torpe.

En vano espero
las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño.

Sigue la historia universal:
los rumbos minuciosos de la muerte en las caries dentales,
la circulación de mi sangre y de los planetas.

(He odiado el agua crapulosa de un charco,
he aborrecido en el atardecer el canto del pájaro.)

Las fatigadas leguas incesantes del suburbio del Sur,
leguas de pampa basurera y obscena, leguas de execración,
no se quieren ir del recuerdo.

Lotes anegadizos, ranchos en montón como perros, charcos de
plata fétida:
soy el aborrecible centinela de esas colocaciones inmóviles.
Alambre, terraplenes, papeles muertos, sobras de Buenos Aires.

Creo esta noche en la terrible inmortalidad:
ningún hombre ha muerto en el tiempo, ninguna mujer, ningún
muerto,
porque esta inevitable realidad de fierro y de barro
tiene que atravesar la indiferencia de cuantos estén dormidos o
muertos
-aunque se oculten en la corrupción y en los siglos-
y condenarlos a vigilia espantosa.

Toscas nubes color borra de vino infamarán el cielo;
amanecerá en mis párpados apretados.

INSOMNIO, Jorge Luis Borges.

Adrogué, 1936